Quien con zagales sacuesta,
cagao se levanta y asin
llevo yo dende que al ejraciao de mi
duende suegro le dio por ejar a su cagarrin a la puerta de mi setica.
Los trapos, las papillas de harina requema, mocarreras, pelfas, escupinajos,
pucheros… ¡acho esto es un sinvivir!, repijo y que no me pueo mover de mi
güiscano, que ahora con la calor a mi duenda le da miedo no sea ca la criatura
le dé un ambustion y se nos ponga malico el bicho, ¡ya lo que nos faltaba! Deseandico estoy de agarrar las vacaciones,
quel ojete destar asentao en el poyo me saquedao como el rapín de la Bartola,
colorao y desenchao.
¡Cá!, la Bartola, mia questaba buenorra la duenda. Era de mi
quinta y no me digas como era el color de sus ojos pero tenía las tetas como
dos albardas. Tós los zangamingos en la eda del pavo íbamos etras della pá ver
quien tenía la suerte de agarrar mondongo. Pós se fue a fijar en “el alcacil” un monicaco
con cara de amargao, tasaico y dejalichao como el solico y quedaron al caer de
la acequia pasas las doce de la madrugá. Pós yo que mentere del plan me las
remilgue pá cá la noche no sencontraran y le puse dos petardazos etras de la
mercedora a su yaya duenda, questaba tomando tan ricamente el fresco a la
puerta de su setica. A la pobretica
siunpoco mas y le da un jamacuco y aquel se tuvo que quedar al cuidao de
la yaya, a falta de los pares questaban en el campo cogiendo malacotones.
A las doce menos veinte me tenías camino de la acequia hecho
un pincel, con muda limpia, repeinao con limón y con el azogue metió en el
cuerpo. Yo miedoso nunca he sio pero campaneando menos cuarto se oyó un chillio
que mescagarrice vivo, eche a correr monte abajo y me tropecé, pegándome un
batacazo de tres pares de cojones y sollejandome toas las rodillas. Rulando,
rulando, me tope con “el perzuño” un amigo elfo de toa la vida, llevaba los calzones
bajaos y cagandose en tós los santos me conto que la Bartola había quedao con él
a las doce menos cuarto y a menos veinte, más salió quel rabo un cazo como el
chache, llego a la acequia y se lancontró
con otro arriscanando. Lo tenía tó calculao la pendón desorejao, cada cuartico
de hora tenía que tirarse a un bausán, pero le salió mal la jugada y la
pillaron con las manos en la masa o, en otras partes del cuerpo duendil o,
elfil.
Y yo que pensaba que tirarse a la Bartola era difícil, cuando
la zopenco tenía ya el rastrojo andao y bien requeté andao.
Eso fue mu sonao, la Bartola a la fin se quedo preña de pare
desconoció, icen cun buen día cogió su pañuelico de tienda y se fue a la
Francia, naide mas ha vuelto a saber della, pero yo cada vez que llegan las
vacaciones y alguien dice aquello de “tirarse a la Bartola”, macuerdo de la
zagala, del batacazo y del mondongo que nunca cate y… ¡a Dios gracias, señores,
a Dios gracias!
EL DUENDE