martes, 22 de julio de 2014

EL REGIMEN DEL ALCACIL




En mi seta últimamente no comemos muncho pero nos reímos más. 

A la trajinanta de mi duenda suegra, que la zambulla no pasa día en que no saque cosica nueva pá incordiar, le dio por icir que estaba monflona, ya ves tú ¡como si no lo supiéramos ya! Y que mi duende tío Manolo se la iba a ejar por una pimpolla jaquetona. ¡Cá, no nombres  la soga en la seta del ahorcao! y dende aquel momento no entro ni un solo pernil en mi seta.  Las bajocas estofas, los potajes, las gachamigas, las gazpachás, las patatas a pelotón y tos esos condumios que nos zampábamos, pasaron a ser alcaciles. Menuda tringola a chupar  hojas d´alcacil que nos pegamos. La leche aguachá sin telo y con alcacil pá mojar, ensalá d´alcaciles, de segundo alcacil con alcacil y de postre alcaciles rellenos d´alcaciles. ¡Acho, qué barbaridad! Pasamos más hambre que los pavos de Doña Julia, que se comieron las vías del chicharra pensándose que eran busanos.


A los tres días, con angusticia, mas pacencia que el santo Jo y mas chupao que la pipa un indio, m´encontro mi duenda en la lacena rosigando un zoronco pan que llevaba un ratoncico campero en la boquica. Por lastimica esa noche cene cerrajones y espárragos trigueros  vuelta y vuelta en la saltén sin una mala miajica d´aceite.
A la semana la zaratán de mi duenda suegra pesaba cuatro kilos más y mi duenda y yo siete kilos menos. Me hubía quedao en las encías ¡coñio!, Retusaico, me ponía de canto y no m´encontraba ni el Lobatón. 


La noche de san Juan, mi duenda y mi duenda suegra se fueron pál pueblo, ya que pá esa fecha como ustes saben, nos puen ver o apreciar y yo reinando, con mas jaspa que el perrico un ciego y  con la mosca etrás de los pámpanos me la pase encerrao en mi güiscano rebuscando papeo. Al día siguiente volvieron los tocinos a la mesa. La zambullo los tenia arrescondios en el arca de la recamara, debajo de las enaguas de mi bisagüela duenda, acho que recotín cogí ¡con razón pesaba más la cernacho! y mi duenda pensado que era un zurrón de peos, que serlo lo es, pero tamien de buenas tripás.

A la semana d´aquello a mi duenda suegra le salió un cuerno en la frente. ¡Que ijusto mas tontaco cogió! Pensaba que mi duende tío Manolo hubía vuelto al puticlus como aquella noche de san Juan de hace ya años, se paso tres días enzurroná y yo los mesmos con risera.


Al cuarto día nos amaneció con un rabo. Estas cosicas pá lo licinciaos que semos por estos lares no se puen esconder y los enanos del bombero torero que s´encontraban montando la plaza  toros pá las fiestas de san Fermín la tomaron por una vaquilla y la encerraron en los chiqueros pá torearla. ¡Eso era pá verlo, no pá contarlo! Aquí el chache derrengao de la risa, mi duenda preparando la muda pá llevarle y mi tío duende Manolo que nos apareció en el sestero la tarde, con cuarenta grados a la sombra, vestio con traje de luces, el pingajo ladeao y la montera amarilla fosforescente dun isfraz de torero de la ultima pingochá por los Benidores.


Nos fuimos pá la plaza que estaba abarrotá, pedimos sombra y nos dieron sol, ¡mientras no nos dieran alcaciles!

Campaneaban las cinco de la tarde, anuncian que la vaquilla duenda lleva por nombre “panzabalago” de la ganadería del duende jumillano. Con el primer pasodoble s´abrieron  los toriles y salió mi duenda suegra bufando, arrascando el suelo y levantando polsaguera. S´ hizo el silencio, unos zurlapeaban de las cantaras, otros mascujeaban garbanzos torraos y  en medio  la plaza s´apareció mi duende tío Manolo sin capote, con un ramo de ababoles coloraos reventón, hinco rodilla en la arena y saco una sortija con un pedrolo mas grandote que el salicornio de la rotonda del camino  los Franceses. A tó esto se puso el cielo más negro que los cojones dun burro, empezó a caer una peñacina que escalabro a tres bomberos toreros, al caballo saltamontes del picaor y al ancalde, al que yo le hubía pagao cinco duros pá que a mi duenda suegra solo le dieran un par de pases y un jetazo por encima en el culancano.


Más tarde m´entere, que la noche de san Juan s´hubía tomao una cajica entera de pastillicas p´adelgazar, que cogió de la casa del diertista del Fati.  Ya´n visto y se puen imaginar los efectos secundarios que tie el tomarse esa cascarria.

Iba yo mas reparaico el otro día por el cerrico el oro, viendo el fincucho que tie el elfo Flugencio por allí cuando me sale al paso y me pregunta, con mu mala folla, por mi cornuda duenda suegra.

-De mi familia déjame hablar, pero no m´hagas escuchar. –Blincaciecas.

-¿Ara que quies secucio, heredar? Vete a freír espárragos, melón.

Dimpues del hambre que hubía pasao fue nombrarme los espárragos y me se fue la virgen.

-Vas a zampar truños con alcaciles, bausán.

Lo agarre del pescuezo, lo lance por los aires y tuvieron que venir a rescatarlo de los hermanillos, los enanos del bombero torero que niaun se hubían ido pá su seta.


Cuando llegue a mi güiscano desansiao, me hubía preparao mi duenda un condumio que no se lo saltaba un galgo. ! El ultimo la tía perejila! Y me pegue una forrajá de las de zampar a dos carrillos y bola en medio que Dios tiembla.


Y saben lo que les digo, que ayunen los santos que no tien tripas, que más vale olla que bambolla y aquí el chache de lo que rima, modestia aparte,  va sobrao.

EL DUENDE